lunes, 12 de julio de 2010

MOTIVAR PARA EL APRENDIZAJE.


Una de las dificultades permanentes de los profesores y profesoras es ¿cómo motivar al estudiante para el aprendizaje?. Sin embargo, pocos docentes se cuestionan si la motivación por aprender, por parte de sus alumnos, esta relacionada con la actuación del docente (Cómo hace sus clases). Numerosos textos dedicados a este tema señalan que la motivación por aprender está directamente relacionada con la actuación del profesor en el aula y una forma de descubrirlo es el observar a los propios estudiantes. Si el profesor utiliza como única estrategia la clase frontal seguramente sus alumnos se van a dormir. Si el profesor es activo y utiliza como método de activación del conocimiento lluvia de ideas y luego organiza la materia en un mapa conceptual y luego hace una presentación power point o bien organiza su clase utilizando la tecnología como el caso de las WebQuest, o en algún momento decide que verán un pequeño video de no más de cinco minutos para luego hacer una guía de autoaprendizaje; o si fomenta la discusión y el debate, despierta la curiosidad, plantea interrogantes etc. estoy completamente seguro que sus alumnos estarán alertas e interesados.

miércoles, 7 de julio de 2010

GESTIONAR EL AULA.


Gestionar el aula
La gestión del aula es un proceso complejo que requiere aclarar y comunicar propósitos, generar motivaciones, transmitir conocimientos, provocar la decisión de aprender en los alumnos y liderar para valorar el rigor, el esfuerzo y la colaboración, aceptando el conflicto como algo natural, que ayudará a aclarar voluntades y ritmos.
Gestionar el aula es manejarla de forma eficiente; es crear un ambiente de respeto dónde todos tengan cabida. Se trata de crear un entorno donde el profesor dirija, solo o con los alumnos, unos hilos que pueden ser más o menos invisibles o largos pero donde el diálogo ha de ser la nota dominante, fomentando la participación e implicación de los alumnos, para que todos aprendan.
Gestionar el aula tiene como objetivo favorecer el deseo de saber de los alumnos, para hacer más efectivo el aprendizaje. Cualquier docente estará de acuerdo con esta afirmación; sin embargo, con frecuencia tendemos a pensar que, si únicamente los alumnos nos hiciesen más caso, si fuesen más disciplinados y estudiasen más, todo sería mejor.
La tipología de alumno que distorsiona nuestras aulas responde a múltiples modelos; por un lado están los que cuestionan nuestros métodos de actuación, con razón o sin ella, con o sin el apoyo de sus padres; también los que se levantan, los que se mueven, los que interrumpen, los que se sobresaltan en la silla, los que nos tocan, los que no quieren participar, los que quieren participar demasiado, los que no nos escuchan, los que se aburren porque no entienden, los que se aburren porque hace un mes que entendieron y finalmente, también los que ni siquiera quieren estar.
Es normal que, en estas circunstancias, gestionar un aula resulte complejo. El deseo de saber es innato a la condición humana, pero la decisión de aprender algo depende de cada uno de nosotros. Para que esta decisión se produzca hemos de sentir la necesidad de hacerlo y percibir las ventajas que este aprendizaje nos va a aportar, a múltiples niveles. El profesor, por sí solo, no puede crear las condiciones óptimas para que la motivación del alumnado se produzca. Los currículos, por un lado, asumen que este interés existe. Por otro lado, aun asumiendo que el profesorado sí pueda contagiar su amor por el saber, y por su materia, los valores que la familia y la sociedad transmiten no siempre convergen con los transmitidos desde los centros.
Sin embargo, sería injusto subvalorar el papel que un buen profesor puede ejercer para aclarar propósitos, generar motivaciones, comunicar conocimientos y provocar la decisión de aprender entre los alumnos, desde el amor a su propia materia, la paciencia y la firmeza de propósito. Esto lo saben transmitir muchos profesores desde la experiencia o el entusiasmo y la frescura característica de los primeros años de profesión docente.
También resulta imprescindible liderar para imponer rigor, colaboración y respeto,
neutralizando los comportamientos de aula disruptivos y premiando comportamientos adecuados basados en la reflexión compartida y la implicación responsable, a partir de un clima de aula fluido y respetuoso, que no excluya a nadie.
Una buena gestión de aula se ha de basar, en primer lugar, en la equidad. Los alumnos han de percibir que incluimos a todos, y eso requiere rutinas de comportamiento, de las que nosotros hemos de ser modelo. Un aula no podrá funcionar realmente si no se basa sus normas en criterios que todos comprendan, y que estén en relación con prácticas de aula inclusiva, teniendo presentes los defectos y debilidades específicos de los alumnos que conforman el aula, así como su grandeza y genuinidad.
Un manejo de aula eficiente conseguirá el diálogo y la participación de los alumnos, y, conseguido esto, podremos empezar a aprender de ellos, convirtiendo nuestra profesión en un privilegio.